WESTERN=BLUEBERRY: EL CABALLO DE HIERRO

El caballo de hierro es otra muestra de la riqueza y múltiples posibilidades y caminos alternativos de desarrollo que posee el universo de ficción creado por Charlier y Giraud para Blueberry. 

Bastante diferente del arco que desarrollan dos tomos que ya he comentado, La mina del alemán perdido y El fantasma de las balas de oro, coincide sin embargo con ellos en el recurso de sacar al personaje de su entorno más natural y previsible, esto es, la caballería, Fort Navajo, su zona de confort, para, esgrimiendo su frecuentemente explotada habilidad para comunicarse y servir como negociador con las tribus, situarlo en el epicentro de un momento histórico clave: la competencia de dos empresas por comunicar las dos costas del territorio de Estados Unidos mediante el ferrocarril. 

El guión explora de ese modo los claroscuros de dicho momento histórico traducido en competencia capitalista entre empresas dispuestas a todo para conseguir sus logros, y con la habitual habilidad de los creadores abordar los temas, tipos y paisajes del western clásico, se las ingenia para introducir una visión europea del género aportada por el western mediterráneo, incorporando incluso un personaje que recuerda algunos disparatados personajes del mismo: el hombre de la mano de acero.

En su función como antagonista, Steelfinger, cuyo nombre es eco de los nombres con doble sentido de la comedia de la Grecia clásica revelando precisamente esa fuente de inspiración del western mediterraneo junto con la mitología grecorromana, adquiere al mismo tiempo rasgos físicos inspirados por el villano mítico que interpretara Jack Palance en el clásico Raíces profundas. 

Se convierte así en perdonaje-puente de dos maneras de entender el western y testigo de la reescritura de los arquetipos del género llevada a cabo en el viejo continente con pinceladas de caricaturización y fusión con otros géneros. Algo difícil de ver en los western del Hollywood clásico, sometidos a su propio canon, pero frecuente y nutritivo en la remezcla de referencias genéricas y paródicas que maneja el llamado espagueti western. 

Al mismo tiempo algunas viñetas del comienzo de este cómic recuerdan y homenajean la mítica secuencia en sistema Cinerama de la estampida de La conquista del Oeste, imponiendo un arranque de superproducción de aventuras a la historia que luego será sustituida por otras alternativas. 


El arco de desarrollo lleva luego al lector al territorio de la intriga, la tensión creciente camino del enfrentamiento a tiros, más propio del western estadounidense de menor presupuesto, en el que lógicamente priman los planos más cortos, las secuencias de diálogo, el rodaje en interiores y estudio, y el duelo inevitable rodado en decorados del socorrido saloon. Pero lo significativo es que los dibujos de Giraud y su planificación de luces, espacios y puntos de vista siguen manteniendo el mismo tono épico de superproducción que marca todo este cómic de principio a fin. 




Tal como es habitual también brilla el arte de Giraud para diseñar los ambientes y espacios  de sus comics aportando una energía a sus dibujos que nos lleva siempre a ver a sus personajes como figuras de carne y hueso en movimiento. 

Para terminar, no puede faltar esa especie de declaración de afecto por el gran maestro y padre del western, John Ford, en el propio título, aludiendo al primer clásico del director ya en la etapa muda, El caballo de hierro, también muy presente como referencia en el argumento, y en numerosas viñetas. 




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