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domingo, 3 de agosto de 2025

Libro. La luna en el arroyo, de David Goodis. Novela canalla.

 

Presentada, como su autor, bajo el paraguas de malditismo, etiqueta de la que reniego porque malditos en esta vida somos todos, de un modo u otro, y además prefiero llamarla novela canalla y de perdedores, renunciando así a columpiarme en el adorno poético, que siempre me suena a justificación escapista, con pose de cigarrito a medio fumar en la boca y guitarrita llorona entre las manos, no recomiendo esta novela porque la haya acompañado el silencio, la incomprensión, la falta de puntería y criterio o la ceguera del rebaño editorial, sino porque es una novela cabrona, que te deja mal cuerpo, que se lee desde la crispación compartida con el protagonista y apretando como él los puños al comprobar que ni el cielo ni el inferno van a librarnos del lugar del que procedemos, en el que nos cocinamos como los cabrones que somos, y al que escupimos cada vez que jugamos a engañarnos pensando que todos somos iguales y vivimos en una sociedad justa. 

Esta novela solo puede leerse desde la mirada del perro apaleado que disfruta recibiendo palizas. Solo puede leerse de la misma manera sadomasoquista en que la escribió su autor, desde su ira y su frustración de perdedor que asomó el hocico en la seductora y falsa industria del oropel audiovisual que fue y sigue siendo Hollywood y tras una sola cucharada de la miel de la gloria con la adaptación de Senda tenebrosa (1946, Lauren Bacall y Humphrey Bogart sometido a un repaso de chapa y pintura de su jeta y en plano subjetivo la mitad de la película), fue expulsado de la misma con una gran patada en el culo. 

Goodis y los lectores somos aquí al mismo tiempo Kerrigan, el brutal protagonista roto, más cabrón y más duro que cualquier otra bestia de la novela negra, Channing, el hombre al que le gusta ser maltratado por sus parejas, Frank, el tumefacto alcohólico atrapado en un terrible momento del pasado del que apenas tiene conciencia. Los tres personajes comparten un vínculo con el autor en una metáfora de la culpa que persigue a toda la galería que habita o frecuenta la canallesca y autodestructiva calle Vernon, en la que transcurre la mayor parte de la historia. 

Así que no, La luna en el arroyo no es una novela maldita, es una novela cabrona.

Tan cabrona y canalla como esencial, cuya naturaleza no nos permite dejar de leerla para escapar a cualquier otro lugar que no sea la calle Vernon, en la que todos quedamos atrapados, porque de una forma u otra todos somos hijos de nuestra propia versión de la calle Vernon. 

Y si están buscando un culpable, olvídenlo. No lo hay, o en todo caso culpables somos todos. 

Y no hay cucharadas de miel para ninguno de nosotros. 


domingo, 23 de febrero de 2025

LOS SEDUCTORES: IMPRESCINDIBLE NOVELA NEGRA CON VOCACIÓN DE REPORTAJE Y DENUNCIA

 


    Joyce Carol Oates ha definido a James Ellroy como "el Dostoiewski americano", pero yo creo que lleva años siendo algo mucho mejor: el pocero más astuto y literariamente mejor dotado para zambullirse y retratar en sus novelas la fosa séptica que constituye el lado más oscuro de Estados Unidos en el siglo XX, y como de aquellos polvos se hicieron estos lodos, sirve como cuna de la aceleración hacia el ocaso del imperio a la que ahora estamos asistiendo en el siglo XXI. 

    Todos los imperios caen, y Ellroy es el cronista de la caída del imperio estadounidense desde hace años, pero en esta novela se ha superado a sí mismo, elaborando un monólogo intenso, absolutamente adictivo, de su protagonista, el detective profunda y voluntariosamente corrupto Fred Otash, que abarca 527 páginas de lectura absolutamente adictiva. Y al terminar la lectura de esta tormenta imparable habitada por numerosos personajes en un punto de giro esencial de la historia de Estados Unidos, la muerte de Marilyn Monroe como prólogo de la caída de ese nuevo reino de Camelot vendido por la propaganda de la administración Kennedy en la Casa Blanca. 
    Y lo mejor es que aún me quedan ganas de volver a comenzar con la novela en una segunda lectura, recorriendo nuevamente el camino hacia el Calvario del amplio reparto de personajes que habitan esta historia en su caída desde las más altas cumbres del falso glamour de un Hollywood materializado en la cara oculta de la vida privada y decadente de sus frustradas estrellas y en la debacle anunciada de los estudios 20Th Century Fox ante el fracaso de la superproducción Cleopatra. 
    Volveré a leer la novela no tardando mucho entre otras cosas para tratar de confirmar mi impresión de que siguiendo la pista del acechador voyeur corrompido Fred Otash el propio James Ellroy no solo revela su juego con el lado más oscuro de sí mismo rizando el rizo en la realización de una especie de autorretrato de frontera entre la realidad y la ficción, sino que también deja entrever su propia técnica, herramientas, recursos, manías y secretos como escritor. 
    La encuesta policial de Los seductores es una de las más exhaustivas, tensas y asfixiantes que ha propuesto Ellroy a sus lectores y que por otra parte parece haberse impuesto a sí mismo como escritor a modo de penitencia por todos los laberintos siniestros en los que ha venido describiendo el lado más corrupto y miserable de la historia de los Estados Unidos y sus monstruos en el siglo veinte, padres de los monstruos que pueblan ahora su siglo XXI. 
    Su trama nos lleva hasta el mes de agosto de 1962 tras un prólogo significativamente funerario que habla ya del protagonismo de la muerte en esta nueva pesadilla urbanita, sin duda una de las más absorbentes que ha ideado James Ellroy a lo largo de su carrera. 
    Y la muerte de Marilyn Monroe solo es el principio de un relato en el que la pesadilla global de unos Estados Unidos donde el sueño surgido de la victoria tras la Segunda Guerra Mundial empieza a hacerse pedazos definitivamente se da cita con el camino de culpa y confesión que recorre el protagonista viviendo en la pesadilla de los abusos y manipulaciones de un gobierno bajo la capa de una democracia en crisis, lo que me lleva a pensar que las alusiones a la República de Weimar en Alemania son mucho más reveladoras en esta nueva muestra del desbordante talento de Ellroy para rasgar el velo de la propaganda del "sueño americano" mostrando los rincones más oscuros tras la farsa idealizada de Hollywood como fábrica productora de propaganda en cadena, mientras dedica una parte de su intriga policial a denunciar el uso de los medios de comunicación más rastreros como herramienta de desinformación en las políticas de entretenimiento y cortina de humo. 
    

Valiant: Una tarde en el Stalinverso

  Los superhéroes de la editorial Valiant explotan el camino contrafactual en una serie que plantea un mundo dominado por la Unión Soviética...