domingo, 5 de junio de 2022

LINO VENTURA, ISAAC HAYES Y FRED WILLIAMSON: OTRA MANERA DE VISITAR CHICAGO

 El policía, el gánster y el violento, dirigida por Duccio Tessari y estrenada en 1974 es una muestra de la habilidad del cine italiano de los años sesenta y setenta del pasado siglo para hacerse eco con sus producciones más modestas de las últimas modas dominantes en la cartelera cinematográfica llegadas del otro lado del Atlántico. 

En este caso, la blaxploitation domina como una de las líneas de desarrollo de la película, aunque de manera superficial, porque una de las características de este tipo de producciones de mimetismo y explotación de los éxitos estadounidenses, y también uno de sus aciertos, consistía en no perder la identidad europea del producto en el proceso de réplica de las claves del tipo de películas de género que llegaban desde Hollywood. 

Aquí, Lino Ventura, una institución, tipo duro icónico del polar francés y el poliziesco italiano, marca el ritmo y el tono sobre los códigos de blaxploitation y cine negro al estilo estadounidense, dando eficazmente a los pedales de su bicicleta y repartiendo guantazos a diestro y siniestro como si quisiera batir el récord del mismísimo Bud Spencer, aunque en la disciplina del guantazo con toda la mano abierta él mismo era uno de los maestros tradicionales en el cine de género europeo.




Ventura repartiendo como sacerdote justiciero, desvelando nuevas formas de utilizar el teléfono para comunicarnos con nuestro prójimo. 


Ventura aliado con Isaac Hayes como el policía del título, que además pone la música de la fiesta en réplica de su icónica canción para la primera película de la trilogía de Shaft, éxito de la blaxploitation, y de paso nos enseña cómo freir un huevo en una plancha vuelta del revés. Pura magia culinaria. 





Y Fred Williamson ejerciendo como tercero en discordia con un nombre y unas pintas en la presentación de su personaje que, como el propio título de la película en España, parecen un guiño al espagueti western rodado en Almería. Joe Snake se llama el buen hombre.



Es curioso el recorrido del cine italiano de réplica comercial en géneros de esas décadas, en el que primero dominó el peplum de espada y sandalia con romanos a cascoporro, luego el espagueti western impulsado por la Trilogía del dólar de Leone y más tarde prolongado cuando ya estaba en la UVI por la vía del humor con el dúo de Le llamaban Trinidad, Bud Spencer y Terence Hill, y finalmente el siguiente paso hacia el ascenso del poliziesco como línea dominante a la que pertenece esta película. 

El policía, el gánster y el violento arranca con los tradicionales planos del laberinto urbanita propios del cine policíaco. 


Y engancha por su manera de sacar el máximo partido a la localización en Chicago, con los personajes moviéndose por las calles de la ciudad siguiendo las claves de rodaje en exteriores reales que marcara William Friedkin en The French Connection.

Incluso disfrutando del exhibicionismo en algunos planos. 


O empotrando a los protagonistas en los edificios en estos planos contrapicados de refuerzo tan oportunos para el material promocional.

La película nos pasea por los rincones de la ciudad como laberinto en el exterior y también un laberinto en los interiores, interiores que se entregan también a un divertido exhibicionismo de la decadencia que invita a la claustrofobia. 



Con movimiento de cámara para desvelar en toda su podredumbre gloriosa los antros que visitan los protagonistas. 

Y en algún plano de exterior incluso alcanza carácter testimonial como documento de paisajes urbanitas de su época, como en este plano que se nos muestra accidentalmente el impacto de la moda del cine de artes marciales que hizo furor en los cines de barrio de todo el mundo en los años setenta. 


Y además de todo eso, marca su territorio en el género jugando nuevamente la carta del disparate, con esos planos del interior de la iglesia en la que dice misa el cura don Ventura, con el Cristo rodeado de armas, porque como le explica el personaje al obispo de Chicago cuando le reprocha su manera de entender el sacerdocio y su inclinación a frecuentar tugurios para resolver un crimen: "Su eminencia lleva a pastar a un rebaño de ovejas bien alimentadas. Yo llevo a una manada de lobos hambrientos". 


En definitiva, una muestra de cine poliziesco como mínimo exótica, de otra época, una época desaparecida ya, y cuyo mejor aliado quizá sea ese paso del tiempo, porque nos invita a recorrer los rincones de Chicago como turistas que viajan hacia atrás en el tiempo con tres tipos duros, una mujer fatal y un coche enigmático, hacia las fronteras de un cine que ya no se hace, o mejor dicho, de la fusión de varias formas de cine que ya no se ruedan. 













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