RYU MURAKAMI: AUTODESTRUCCIÓN Y POESÍA

 

Podría decir que es una de las novelas más perturbadoras que he leído, pero estaría  mintiendo y además precisamente este libro me ha recordado que no hay libros ni palabras perturbadoras, sino maneras perturbadas de leer esos libros y esas palabras. 

A mis 61 años y en un mundo que la mayor parte del tiempo me parece más falso que el alma del propio Judas -quien por otra parte siempre me ha parecido un cabeza de turco como otro cualquiera y un elemento imprescindible sin el cual la narrativa no avanzaría ¿Qué sería de los traicionados sin los abnegados traidores?-, considero un regalo toda posibilidad de que algo me saque de la monotonía previsible y ponga en fuga al último residuo de puritanismo imbécil que todavía puedas ocultarse en alguna parte de mis pensamientos desde la que espera agazapado para pillarme desprevenido dispuesto a gritarme sus gilipolleces. 

Reconozco que me ha costado superar las veinte primeras páginas de vómitos y orgías de este libro. Consiguieron dejarme tan asqueado como para plantearme algo que para mí es un sacrilegio: dejar un libro a medias. Puedo dejar una película a medias, pero un libro no. Quizá porque.en definitiva la película me impone sus imágenes, pero lo que yo decida ver cuando leo un libro es asunto mío. 

Así que durante unos minutos, cerré el libro y estuve a punto de abandonarlo. Afortunadamente no lo hice. Volví a abrirlo, y tras pasar por una orgía aúnas brutal que las anteriores confiando en que todo eso iba a conducirme a aprender algo, en algún momento los personajes dejaron de drogarse, vomitar, follar, volver a vomitar y volver a follar, y empezaron a quitarse sus máscaras para mostrar toda su vulnerabilidad, todo su dolor, toda su desorientación y desvelar su profunda angustia al saberse irremisiblemente perdidos. 

Y entonces empezó a entrarme en vena toda la poesía de este saludablemente indigesto y recomendable monstruo novelesco que es Azul casi transparente. Hasta llegar al último capítulo y ver lágrimas corriendo como un torrente entre todas y cada una de esas líneas. Hasta quedarme atrapado en la última frase, esa ingenua confesión del autor diciéndole a Lilly lo que le gustaría  decirse a sí mismo para convencerse de que se puede recuperar lo irrecuperable, la inocencia definitivamente pérdida tras caer en la trampa de escribir y reflexionar sobre la pérdida de la inocencia en su novela. 

Así que sí, la pelea con el libro al principio ha merecido la pena, y no solo porque su narrativa aparentemente truculenta y tremendista de las primeras páginas se revela con su verdadera naturaleza de grito desesperado de vulnerabilidad cuando se hace a un lado y la poesía corre el telón de la farsa, sino porque ha servido para recordarle a los rescoldos calcinados del pudibundo puritano que todavia llevo dentro que piense un poco y no sea tan gilipollas, que ya tenemos una edad para que nos moleste lo que no es otra cosa que una visión extrema de la vida que personalmente no comparto pero tampoco soy quien para juzgar si quiero ser fiel a mi convencimiento de que en lo esencial todos somos iguales. Acojonados todos, alucinados todos, perdidos todos, ilusos todos, deliciosamente vivos y equivocados e ingenuos todos. Y todo eso es lo que nos hacer humanos. 

Esas primeras páginas no son un error. En todo caso el error estará en aquel que las lea con mala intención, con intención de juzgarlas o llevado por el morbo. En realidad esas primeras páginas duras son el primer regalo del escritor en forma de reto. Ejercen como un filtro o una especie de ritual de iniciación. Si el lector no las supera no merece disfrutar de la poética tristeza de esa última línea escrita desde una irreductible e inocente nostalgia.

Esas primeras páginas de droga y orgías brutales, de vómitos y abusos, me hacen pensar en un libro que no desea ser leído y se convierte así en espejo de sus protagonistas viviendo una vida que no desea ser vivida. 

Y a partir de ahí todo lo demás encaja: el papel simbólico del ananás podrido lanzado a los pájaros que me ha recordado, como muchos otros momentos, a la película Repulsión, de Román Polanski, y las cucarachas destripadas convertidas en recurso pictórico que podrían ser hermanas de las hormigas de Un perro andaluz de Buñuel, o el pájaro negro que vuela como una sombra sobre todas y cada una de nuestras vidas. 





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