Hokusai. Su ola. Su mágica ola que nos atrapa y nos obsesiona a tantos, aunque seamos de la meseta y estemos alejados del mar, porque el mar siempre está en nosotros como animales que venimos del mar.
Visito una exposición sobre el mar en el Palacio de la Cibeles de Madrid, un lugar muy lejos del mar, y me encuentro con la otra ola inspirada por la ola de Hokusai.
Y me me subo a surfear visualmente en esta ola con las mismas sensaciones de curiosidad exploradora que cuando surfeo la ola de Hokusai.
Y otra vez confirmo lo mucho que puede darnos el arte para entender todo lo que pasa a nuestro alrededor y, más importante, lo que pasa dentro de nuestras atribuladas mentes de depredadores asustados por casi todo lo que les rodea, propensos a dejar que los miedos nos definan y marquen nuestra conducta.
Veo en esta otra ola que sigo empleando mi tiempo de vida, ese que siempre nos parece tan trágicamente breve, en muchas cosas que realmente no me importan. Redescubro que cabalgo muchas olas que debería dejar pasar tranquilamente, porque no hay que subirse a todas las olas.
Y rechazo olas a las que debería subir sin pensar.
Y nuevamente confirmo que menos no es menos, sino siempre más. Que la sencillez es extremadamente compleja y que tras cada simple gesto hay un millón de elecciones.
Esta otra ola, la pintura de esta otra ola, explica todo eso y mucho más desde su astuto tratamiento de oposición a la ola de Hokusai, de falsa sencillez frente a la complejidad de ese notable antecedente.
El pintor se esta ola no tiene miedo.
Y además si ola tiene la virtud de ser una apuesta por la imprescindible ingenuidad que es la forja de nuestras sorpresas.
Necesitamos arriesgarnos otra vez a ser ingenuos. No podemos pasarnos la vida escondidos tras el escudo del cinismo para esconder los miedos que nos definen.