He pasado la tarde viendo una joya del cine y una película absolutamente deprimente. Necesariamente deprimente. Ojo, no llorona, porque es, en 1969, prólogo de ese cine de los 70 que nos enseñaba lo más oscuro de la vida al mismo tiempo que nos enseñaba a vivirla. Y ese cine era jodido, podía ser a veces muy deprimente, podía arrancarnos una lágrima, o dos, pero siempre celebraba la vida incluso desde sus aspectos más oscuros.
Con películas como ésta salías del cine habiendo aprendido mucho sobre la vida, quizá también sobre ti mismo. Pero sobre todo salías con ganas de seguir viviendo.
Afortunadamente hoy, pasados los sesenta, me ha hecho sentir las mismas ganas de vivir que cuando la vi la primera vez con dieciséis años.
Ella no ha envejecido. Y parece que yo tampoco demasiado.
Y además es pura magia del cine.
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