domingo, 3 de marzo de 2024

CIENCIA FICCIÓN: LAS CARRERAS DE LA MUERTE DEL SIGLO XXI A LA SOMBRA DE MAD MAX

 

Hacía mucho tiempo que no me pasaba con un libro de ciencia ficción lo que me ha pasado con esta novela: engancharme tanto a ella que me he tirado leyendo hasta las tres de la mañana para terminarla y tener ganas de empezar a volver a leerla de inmediato. 

Siempre les digo a mis alumnos y lectores que hay dos novelas esenciales para abrir los ojos y dejar de ser un gilipollas y un esclavo intelectualmente sumiso ante las maniobras de atontamiento de la población en las que todos, de cualquier edad, sexo, condición e identidad sexual o asexual nos vemos obligados a movernos cada día de nuestras puñeteras vidas: 1984, de George Orwell y Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Lees esas dos novelas y automáticamente ya eres menos gilipollas. 

Ahora recomiendo añadir a la lista Leyes de mercado, de Richard Morgan. Una novela de ciencia ficción que hace lo que toda novela de ciencia ficción  debe hacer: describir un  futuro que sirve como espejo para reflexionemos sobre nuestro pasado y presente. Y este espejo que nos propone Morgan mira tanto hacia el pasado siglo XX como hacía lo que llevamos del XXI. Es, entre otras cosas, una buena definición de las estrategias en la geopolítica y la economía que han elegido las vidas de todos los habitantes del planeta en en el último siglo y medio, y una buena definición de cómo ha funcionado y funciona el mundo siguiendo la esencia eminentemente depredadora de nuestra especie. 

Hace que se caigan caretas. Pone la farsa en evidencia. Aclara la manera de ver ciertas cosas. Y lo hace paseándose de los vicios privados a las impúdicas estrategias exhibicionistas de la sociedad de nuestros días, como si el autor acabara de escribir su novela ayer mismo, lo cual que desde 2004 hasta ahora, y a pesar de haber sobrevivido a una pandemia, seguimos siendo la misma especie eminentemente depredadora, hasta el punto de que, llegado el caso y suficientemente estimulados por el chantaje o el espejismo de una recompensa miserable, somos capaces de devorarnos a nosotros mismos para convertirnos en ese otro bestial que acecha en las mazmorras de nuestra personalidad esperando, impaciente, su oportunidad para manifestarse. 

La novela consigue incluso que desde nuestra empatía hacia el protagonista desatemos a esa bestia en muchos momentos de la lectura, incluso cuando sabemos que está transgrediendo muchas de las normas de civilización en las que nos gusta pensar que creemos. Y en buena medida eso ocurre porque Morgan sabe deslizarse con fluidez entre la descripción de los fracasos privados y los triunfos públicos de su personaje.

Afirma la estrategia promocional de la novela que viene a ser una especie de híbrido entre Mercaderes del espacio, 1984 y Más Max, y no anda desencaminada en el trazo de ese mapa de referencias, pero personalmente me ha recordado también La carrera de la muerte del año 2000, con sus estallidos de brutalidad extrema y directa llamados a ser una herramienta para borrar toda farsa de redención o excusa para el protagonista, reforzando así su intención reveladora de nuestro lado más oscuro atrapado en su trampa narrativa de la transferencia. 


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