Voy por la calle y encuentro mucha gente que ha tirado la toalla. Y lo peor es que no me extraña. El Satanás populista y comeorejas que hoy se proponga juntar hordas de desesperados dispuestos a todo lo tiene cada vez más fácil, porque para mucha gente no hay horizonte de vida más allá del siguiente golpe, el próximo desprecio, el siguiente insulto o el siguiente arrebato de autodestrucción.
Estamos desperdiciando generaciones enteras entregándolas a la idolatría del victimismo y la lágrima.
Ya no les enseñamos a luchar sino simplemente a tener pena de sí mismos.
A quejarse. Mucho y por casi todo.
En su cuaderno de bitácora la culpa siempre la tiene otro.
Los hemos domesticado para que se pasen la vida esperando a que venga Dios, Supermán o la Capitana Maribel a salvarles el culo y firmarles un autógrafo.
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