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RÉQUIEM POR PARÍS

Segunda Guerra Mundial, París ocupado por los nazis, asesinatos/ejecuciones en serie y la conciencia culpable bailando un tango en cada página con el protagonista. 

Una de policías y ladrones con las herramientas de la novela negra y bajo la sombra de Bernie Gunther, el detective creado por Philip Kerr para su ciclo de novelas de la trilogía berlinesa, o Berlín Noir, ambientadas en Nazilandia, esa fantasía tricolor de blanco, negro y rojo con esvástica ineludiblemente perversa que abunda en la literatura policiaca de un tiempo a esta parte. 

Un subgénero con personalidad propia  amamantada de uno u otro modo por el tonillo chulesco y perdonavidas del fantasma de Humphrey Bogart en la película Casablanca, productiva y evocadora ubre de la que beben otras dos recomendables muestras de esta especie de subgénero no declarado al que soy muy aficionado: el Carlos Lombardi de Guillermo Galván en la saga que inició Tiempo de Siega, o el Falcó de Arturo Pérez Reverte. 

Disfruto en todas ellas y en esta novela también su empeño por dibujar antihéroes que colaboran y al mismo tiempo se autoengañan pensando que combaten con lo etiquetado como maldito, haciendo de lo maldito un camino laberíntico para dibujar el cínico boceto de ética en tiempos difíciles de sus protagonistas. 

Me hace sonreír la ingenuidad alambicada de esos personajes que nadando entre dos aguas intentan equilibrar las culpas de hoy y las culpas de ayer en el tapiz de una tragedia colectiva. 

Me gusta todo eso porque admiro la "poesía nublada" -el término es de Jean Renoir- de su ambiguo  paisaje moral forzado por las circunstancias, descendiente directo de las quijotescas cabalgadas urbanitas del Sam Spade de Dashiell Hammett y el Phillip Marlowe de Raymond Chandler, cruzado con los guiños que desde el cruce con la novela histórica les permiten elevar su propuesta más allá del relato de intriga para convertirlo en dibujo de una época y una sociedad perdida en la pesadilla que desde el ayer es capaz de hablarnos de nuestro hoy.

Sobre tan ilustres precedentes esta novela enlaza la corrupción total a escala social con  el riesgo de perderse en los laberintos del legítimo instinto de supervivencia en tiempos difíciles mediante un discurso de culpa retorcido y efectista que cumple con eficacia con todo aquello que espera el lector de este tipo de historias, básicamente traducido en entretenimiento. Que no es poco tal como está el patio. 

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