Nunca gané un duro con él, así que pude permitirme el lujo. Como mercenario de la tecla orgulloso de serlo nunca habría borrado algo que me proporcionara ingresos.
El dinero no es lo más importante en la vida, pero cuéntaselo al banco con el que tienes una hipoteca y verás qué risas te pegas cuando el tipo que te está reclamando lo que le debes grita ¡¡¡¡Seguridaaaad!!!
Cuando borré el antiguo blog estaba en el tramo final de mis 59 años.
Hice borrón, horror y cuenta nueva y mandé a freír puñetas un buen puñado de horas tecleando aquí disparates como un gilipollas.
Y no me tembló el pulso.
¿Por qué?
Pues porque era un blog de otra época, de otro Miguel Juan Payán, o del mismo Miguel Juan Payán, pero todavía con las maletas cargadas de cosas prescindibles.
Legados aquí aclaro que una de mis 10 secuencias favoritas de las películas que he visto, y sin duda una de las que han sido totalmente formativas de mi manera de ver las cosas de esta divertida escombrera orgiástica a la que llamamos vida está al final de la película Nueva York año 2012 (The Ultimate Warrior, 1975), dirigida por Robert Clouse y protagonizada por Yul Brynner.
Para que quede más claro, ahí van las fotos del momento (AVISO DE SPOILER, luego no me lloréis).
No, esta no es. Esta es de El murciélago dorado (Ogon Batto, 1966), de Hajimo Sato, pero algo tenía que poner aquí para que el personal más despistado no se coma el spoiler a pesar del aviso.
Ahora sí, la secuencia a la que me refiero es esta:
Ahora que he cumplido ya 60 años he decidido volver a escribir un blog.
Otro blog.
Sin lastres.
El lastre para las ratas.
¿Por qué? ¿Para qué?
No tengo ni idea.
Tendré que descubrirlo mientras acumulo otro puñado de horas tecleando en esta cosa.
O no.
Cualquiera sabe.
Un blog que nace tras un apocalipsis, o cuando todavía estamos en pleno apocalipsis, en el ojo del huracán tormentoso en el que vivimos.
En esa divertida y orgiástica escombrera que llamamos vida.
Espero disfrutarlo.
Nada más.
Fin de la primera entrada.
Escribir lo que se desea, decir lo que se quiere y comer lo que se antoja, son de los placeres tan sencillos que pocos se dan el gusto de tener. ¡Gracias Payán! Excelentes tus reflexiones.
ResponderEliminarGracias a ti por ser el primero en comentar. Coincido con todo lo que dices. Nos negamos demasiado placer y nos aplicamos demasiado castigo. Hay que cambiar la ecuación.
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