Aquí, disfrutando de la lectura de un libro recomendable sobre la Segunda Guerra Mundial, claro, bien organizado y muy interesante para fijar conceptos y claves y servir como guía para darle a la cabeza sobre el asunto.
Un ejemplo:
Aquí, disfrutando de la lectura de un libro recomendable sobre la Segunda Guerra Mundial, claro, bien organizado y muy interesante para fijar conceptos y claves y servir como guía para darle a la cabeza sobre el asunto.
Un ejemplo:
Publicado en 1954, y en sus primeras diez páginas ya consigue ponernos a pensar en lo que está pasando hoy a nuestro alrededor.
Antropología industrial.
Este tipo de cosas son las que hacen que lleve años enganchado a la lectura en general y a la ciencia ficción en particular: alimentan mi pensamiento más cínico, y eso me divierte mucho.
Antropología industrial... ¡Qué cachondos!
A tope con la paliza de la tecla no he tenido otro remedio que reclutar a Robert Johnson para echarle gasolina sonora al verano y seguir currando a la hora de la siesta.
Si La mina del alemán perdido era buena, su continuación y conclusión en El fantasma de.las balas de oro es una obra maestra.
Si en la primera parte de este arco argumental que comenté ayer el protagonista paisajístico de la historia era el desierto, en esta segunda parte la protagonista es la oscuridad, en la noche, en la montaña, en las tripas de la ciudad abandonada, pero sobre todo la oscuridad de los propios personajes que se derrama en las páginas de este cómic desde unos intensos estudios psicológicos de los rostros que convierte cada viñeta en una pequeña, por tamaño no por sus logros, obra de arte.
Nadie como Giraud sabe hacer que sus páginas cobren vida. Nadie como él sabe trasladar el vértigo y la sensación de estar atrapados de los personajes.
Pocos dominan como un veterano jinete del dibujo a los caballos de sus historias para que se conviertan en motor de los momentos de acción de la historia. Es quien mejor sabe hacer cabalgar, saltar o caer a un caballo. Y los caballos son particularmente difíciles de recrear con esa desbordante vitalidad en un dibujo.
Pero en este cómic brilla con voluntad otro elemento esencial incluso más difícil que los caballos: la luz.
Compañera inevitable de la oscuridad, la luz se convierte en el pincel para dibujar las intenciones y las emociones de los personaje mientras se internan cada vez más en la oscuridad, y alcanza así un nivel de madurez visual notable que me lleva a subrayar otro asunto que convierte este cómic en un modelo de narrativa en viñetas, exportable por sus estrategias narrativas y logros a cualquier otro medio audiovisual. Me refiero, claro está, al guión -insisto en el acento porque me da la gana- de Charlier.
Charlier es un maestro. Sabe que se pueden decir muchas cosas con muy pocas palabras y que esté trabajo creativo es una alianza de palabras e imágenes con su compañero de viaje Giraud. Conocer, asume y me atrevería a decir que incluso reverencia el imparable poder de una imagen bien sostenida por las palabras justas, y viceversa, como una imagen puede sostener un breve dialogo otorgándole todo el sentido que necesita.
Mucho podrían aprender de él y en general de los mejores guionistas del cómic algunos guionistas del audiovisual entregados al discurso excesivo, el "filósofeo" inútil y en suma la simple palabrería llorona.
Está mañana llegaba a librerías uno de los mangas que con más interés esperaba en este verano: Shark Panic, de Tsukasa Saimura. Homenaje a...