MARIPOSA DE NOCHE, de James Sallis
Las novelas de Sallis siempre me resultan relajantes. Están apiladas cerca del lugar en el que escribo y a veces echo un vistazo así al vuelo a alguna de sus páginas.
Había leído ya El ojo del grillo, El tejedor e incluso su estudio de varios autores de novela negra, Vidas difíciles, y ahora que he terminado Mariposa de noche no me importaría volver a darle otra vuelta a las anteriores.
¿El motivo? Buena literatura, una excelente utilización de las claves esenciales de la novela negra, algo de poesía y lo más importante de todo: verdad a puñados.
Las peripecias de Lew Griffin, profesor de literatura y detective a ratos, y la forma que tiene Sallis de manejar el paso del tiempo en sus novelas son pura magia.
Mariposa de noche vuelve de a demostrarlo.
En el capítulo tres, Sallis habla precisamente del tiempo: “El verdadero protagonista de la novela, les digo a mis alumnos, siempre es el tiempo”.
Y eso se puede aplicar a todas sus construcciones de historias policíacas que van y vienen del pasado al presente con una fluidez casi cinematográfica sin perder un ápice de sus cualidades literarias.
Sallis nos habla de “volver a ver” como la esencia de todo arte, nos recuerda que como decía Dostoiewski todos somos culpables de todo, y poner por obra la idea de que lo no dicho suele ser más importante. Todas sus novelas pintan con optimismo un paisaje de desesperanza. El optimismo de seguir vivos y luchando a pesar de todo, y sobre todo a pesar del paso del tiempo y la distancia de la gente que quisiste: “Los vínculos se debilitan. Los recuerdos se cuelgan de las paredes o se guardan en un rincón de los cajones y la vida sigue adelante”.
Nos habla de cómo “los murmullos del tiempo son sospechosos porque la memoria hace turno doble: de poeta y de reportera”.
A través de Lew Griffin, Sallis se pregunta algo que todos nos preguntamos: “¿Cómo cualquiera de nosotros se convierte en lo que de verdad es? ¿En esa cosa tan distante de lo que nos habíamos propuesto, de lo que creíamos ser?”
Y además de todo eso construye personajes perfectos con el mínimo de diálogos, como el que sostienen un policía y el detective:
– Cuídese, Griffin. Si se mete en aguas profundas, llámeme.
– ¿Así viene con una carga de la caballería ligera?
Se rió.
– No, claro que no. Así me hago a un lado.
Al final todas las novelas de Sallis sobre Lew Griffin contienen la misma advertencia: “Pero si uno se asoma al borde del precipicio el tiempo suficiente, no importa quién sea uno, la cabeza empieza a darle vueltas. Empiezas a ver cosas al fondo del abismo que te cambian la vida”.
Leer las novelas de Sallis me ayuda a mantenerme sin mirar al fondo del precipicio demasiado tiempo.
Por eso las tengo cerca.
Son una de mis mejores inversiones en libros y sin duda un tiempo de lectura bien empleado.
Puede que incluso me ayuden a mantenerme cuerdo.
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