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SEAT 600

 Cada año por estas fechas aparece siempre en mi barrio este vehículo que a fuerza de repetir puntualmente sus apariciones ha adquirido cierta cualidad de objetos significativo y misterioso, sin serlo. 

Casi estoy tentado de pensar que a mí me sirve como apunte de memoria para saber de dónde venimos y recordarme los tiempos en que era más joven y consecuentemente mas ingenuo. 

Mi primera clase de conducción la recibí en un descampado del barrio de Vallecas junto con un amigo de aquella época, Agustín, excelente dibujante que enfocó ese talento que yo le envidiaba hacia la arquitectura. Su padre ejerció de profesor con una paciencia infinita en mi caso digna de mejor causa. 

Dimos los dos unas cuantas vueltas por aquel lugar/no lugar al volante de un seiscientos una semana antes de empezar a ir a la autoescuela, en la que mi amigo consiguió el permiso de conducir mucho antes que yo.

Yo aprobé a la cuarta, y por el camino conseguí que mi primer examinador de práctica se quedara con la cara blanca como una pared después de hacer prácticamente toda la prueba en cuarta y casi son quitar el pie del acelerador hasta que me dijo que parara y que estaba suspendido. 

Se me daba muy bien aparcar, pero la verdad es que no me gustaba conducir. 

Los espejos retrovisores me volvían loco. Y esa fragmentación del espacio y la percepción me aburría. Así que nunca tuve coche. Nunca volví a conducir después de examinarme. No era buen conductor y nunca me ha gustado echarle horas a algo que no me interesa. 

Y viajando en transporte público puedo hacer algo que me interesa mucho más: leer. O escribir, como estoy haciendo ahora mismo en el metro. 

Aquellos fueron una especie de rituales de paso hacia la edad adulta desde una adolescencia que habría calificado como más divertida de no ser porque luego estudié periodismo, conocí a mi mujer, tuve una hija, y en general, con sus luces y sombras, mi vida fue a mejor y a mucho más interesante y feliz. 

Este 600 con el que me encuentro cada año sin saber nada de su verdadera historia, me recuerda mi propia historia y me ayuda a poner las piezas del rompecabezas en su sitio.

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