CORMAC McCARTHY: PASEO POR EL AMOR Y LA MUERTE
Ha fallecido uno de los dos maestros de la compleja sencillez en la literatura de nuestro tiempo: Cormac McCarthy. El otro es Murakami.
No se me ocurre mejor manera de rendirle homenaje que comentar brevemente mi último viaje de lectura en su compañía. Hace menos de tres semanas disfrutaba y aprendía un montón de la vida, del ocaso y del misterio de la literatura dando una segunda vuelta a la que opino que es su segunda mejor novela después de Meridiano de sangre.
No es país para viejos será siempre un grato descubrimiento para todo aquel o aquella que no la haya leído, y aún más para quien piense que ya lo sabe todo sobre ella después de ver la película de los hermanos Coen.
Grave error.
Difícil encontrar mejor ejemplo de las diferencias entre la literatura y el cine que el que nos proporciona esa adaptación cinematográfica.
Y es un buen ejemplo porque sorprendentemente si la novela es una obra maestra en otro tanto se puede decir de la película.
Pero son totalmente diferentes, porque lo que quizá no entienden algunos y algunas es que no es en la fidelidad absoluta, obediente, simplona y mimética hasta la náusea donde las adaptaciones de un medio a otro alcanzan sus mejores resultados. Éstos se encuentran en realidad en la expresión de la propia personalidad e independencia de la adaptación y del talento de su creador frente al precedente que lo inspira desde otro medio.
Valga como ejemplo de contraste, sin apartarnos de este mismo autor, la adaptación de La carretera, otra novela de McCarthy, que es una buena película, pero no tan buena como la novela y desde luego no tan buena como No es país para viejos de los hermanos Coen.
El motivo es que no posee el mismo nivel de personalidad e independencia creativa frente al original literario.
Piense quien esté teniendo la deferencia de leer estas líneas de apresurada redacción en el andén de la estación de metro de Príncipe de Vergara, en Madrid, en El resplandor de Kubrick, El exorcista de Friedkin o Tiburón de Spielberg como otros tres buenos ejemplos del fruto que la personalidad y la independencia creativa de las películas produjo frente a novelas que son claramente inferiores a sus adaptaciones cinematográficas.
Volviendo a Cormac McCarthy, toca recordar por respeto a su impresionante trabajo lo que según él mismo decía cuando le invitaban a participar en alguna charla universitaria sobre sus novelas (perdiendo dinero por ese ejercicio de coherencia consigo mismo y con su obra): "No hay nada que decir. Todo está en la página".
Lo que me parece que hay en las páginas de No es país para viejos es una de las mejores reflexiones sobre la muerte que, como todas las novelas de su autor, nace y progresa desde sus propias entrañas, desde las mismas tripas, culminada con uno de los desenlaces más evocadores y contundentes que he leído. Pero eso no es lo mejor. Lo mejor es que esa reflexión sobre la muerte, el odio y la culpa, es un puente tendido por el autor para hablar de la vida y la redención, y se completa incorporando una de las mejores historias de amor en clave minimalista que crece sin dejar nunca su existencia en aparente segundo plano hasta alcanzar todo el protagonismo como verdadera herramienta de redención.
La verdad de todo esto, y la verdad de esa historia de amor, es lo que espera al lector en las páginas de esta novela que así, como todas las obras de su autor, se convierte en una lección de vida aunque inicialmente parezca un paseo por la muerte.
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